A principios de 1957, Flannery O'Connor participó de una reunión llamada Southern Writers' Conference. Allí dio una charla que luego se transformó en un célebre ensayo. El ensayo es Writing Short Stories, y fue publicado póstumamente en 1969 en el libro Mystery and Manners: Occasional Prose. No es fácil conseguir en internet el texto completo del ensayo, ni en inglés ni en español. Con muchos esfuerzos lo puede uno leer en Google Books, que va mostrando páginas o líneas de libros que sólo pueden verse parcialmente. Circulan en español, un poco virulentamente, una o varias versiones de lo que parece el resumen defectuoso de un resumen mal hecho.
Hasta aquí hemos publicado una traducción íntegra del texto original, dividida en 6 partes. Hemos visto que la Conferencia era un poco un taller literario: sin esperarlo, O'Connor había recibido para leer varios cuentos de los participantes, y parte de sus comentarios están inspirados —o, mejor dicho, encuentran la excusa para ser enunciados— en esos cuentos particulares. Según dice O'Connor a su auditorio, la lectura de esos cuentos la puso un poco de los nervios. Leyendo las cartas, uno entiende que el sentimiento que hay detrás de esa frase es el de aquél que vive para ver la decadencia de algo muy querido. En el caso de O'Connor, se trata del Sur.
Para conocer el lado menos público del asunto, en este último post figuran algunas cartas en donde O'Connor explica cómo fue eso de la Southern Writers' Conference, con viejas que escribían literatura escabrosa con una mano y libros devotos con la otra, y un fanático religioso que citaba a Dickens y odiaba a todas las literatas.
Las tres cartas refieren la misma situación a tres corresponsales diferentes: Thomas Stritch, profesor en la Universidad de Notre Dame, en Indiana; Cecil Dawkins, escritora; y "A", primera letra del abecedario. Thomas Stritch murió en el 2004, a los 91 años; Cecil Dawkins aún vive —nació en el estado de Alabama en 1927. De "A" no he averiguado nada.
Cada carta describe cosas diferentes. La tercera, que es la más reservada en cuanto a la identidad del corresponsal, es la más explicativa de todas. El efecto de las tres cartas es similar, aunque más sutil, que el de esos cuentos que consisten en las narraciones separadas que, de un mismo hecho, hacen varios testigos.
En general las cartas me resultaron más difíciles de traducir que el Ensayo. De muchas expresiones no estoy seguro. En algunos casos he sospechado que se trata, no de misteriosas formas dialectales empleadas por la gente Georgia, sino de alusiones a cosas o hechos no mencionados abiertamente y que no tienen nada que ver con el asunto principal. Esa es, por ejemplo, la interpretación que le doy a las "sixty nuns" de la primera carta. Entre aciertos y errores, no dejo de felicitarme por haber presentido que el viejo de Louvail, el odiador de literatas que era también un "wool hat boy", no gastaba necesariamente pasamontañas ni gorra de lana, sino que "wool hat boy" denomina a una clase social de los estados del Sur.
Testigos mudos y aterrorizados, los originales en inglés de las cartas se incluyen en su debido lugar. Desconfiad de todo, absolutamente.
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Writing Short Stories (cartas)
1) Para Thomas Stritch
Si hubiera dicho que la vieja gente iba a escribir épica en dialecto negro, hubiera estado del todo equivocada. Ya no saben que el Sur existe. Están todos escribiendo historias para la televisión escritas en lenguaje televisivo, y están todos completamente locos, y así quedé yo al cabo de tres horas.
Mis peregrinaciones me han llevado este verano hasta Atenas, Georgia, donde hablé en una sesión de algo llamado La Conferencia de Escritores del Sur. Con todo, era yo una de las presencias menores. Las principales atracciones eran La Agente De Nueva York Que Vendió Para El Cine Lo que el Viento se Llevó[1] y dos enormes poetizas de Georgia del Sur, que se encargaron de un panel sobre “The Religious Market”. Una vieja señora dijo que ella escribía cuentos escabrosos con una mano y de escuela dominical con la otra, lo que me sonó cierto puesto que siempre sospeché que la misma mente producía ambos. Y dentro de todo esto, algo que brillaba: un viejo —el único hombre—, de Louvail, Ga., que asistió a todas las sesiones y trastornó cada una de las sesiones a las que asistió. Citaba largamente de Dickens y la Biblia y se apoderaba de la palabra con terrible tenacidad. Odiaba a las viejas señoras y éstas lo odiaban a él. Puedo presentir que aquellas sesenta monjas serán maravillosas. [En inglés.]
William Burroughs. Así me lo imagino yo al viejo de Louvail, Ga.
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2) Para Cecil Dawkins
No hay ninguna urgencia con el Critique. Nunca he vuelto a ver otra copia de esa cosa. Supongo que quebró; y si no, espero que lo haga antes de que llegue de nuevo hasta mí. Causa horrible desconcierto leer artículos de crítica acerca de lo que uno ha hecho — uno luego termina escribiendo como esa gente piensa que uno escribe. Sólo escucho a unos pocos en los que confío pero no muchos.
La semana pasada di una charla sobre el cuento en un Jamboree[2] de escritores aspirantes de la región. La mayoría ya tiene más de sesenta, con un ansia feroz por mostrarse, recibirán cualquier aliento que uno les dé, y sus trabajos son una fuente de inspiración. Al principio yo había pensado: estas serán las habituales señoras que escriben épica en dialecto negro[3], cosas del viejo Sur, etc. etc. Entonces me enviaron 7 manuscritos y yo tuve que elegir el mejor para leer en este taller. Bien, eran todas historias de televisión escritas en lenguaje televisivo para el mundo de la televisión. Los viejos ya no saben que el Sur existe. Quedé horrorizada. Muy malos los cuentos, por supuesto. Elegí el menos espantoso y alguien lo leyó y se lanzaron sobre él como buitres. Había un hombre ahí, un wool hat boy[4] (el único hombre presente además del que oficiaba), quien hizo unos largos comentarios acerca de lo que Jesús había dicho a la mujer sorprendida en adulterio. Eso no venía a cuento de nada, pero de alguna manera encajaba dentro del esquema general. Había también alguien que había venido para “urgir a los escritores a que no usaran lenguaje degradante”. La gran atracción fue La Agente Que Vendió Para El Cine Lo que el Viento se Llevó. Siempre que se dirigió a mí lo hizo de “Tú” — ya fuera porque no podía pronunciar mi nombre o porque pensaba que no valía la pena pronunciarlo. Todos los Ringling Brothers[5] juntos no habrían podido igualarnos.
Aquella granja suena como un proyecto considerable. Yo miro lo que pasa en ésta más que nada a través de la rendija de la puerta. Mi aporte se limita a juntar unos pocos huevos. Tengo algunos problemas en los huesos y estos últimos dos años he estado caminando con muletas; y supongo que deberé usarlas otros dos o tres años o más — pero cuando uno no puede ser muy activo físicamente, no hay otra cosa que hacer más que escribir, así que no hay mal que por bien no venga. En fin, siempre hay algo pasando para ver en la granja... Nunca leí a Hermann Hesse. Tengo una lamentable deuda con los alemanes. [En inglés.]
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3) Para "A"
[…] El jamboree en Atenas fue un verdadero circo. ¡Literatas! Y nada más que literatas, y créeme que son una tribu aparte[6]. […] Había cuarenta o cincuenta en la sala, y tres hombres: el hombre que oficiaba el asunto –Frazier Moore (que debía estar presente)–, un joven con el nombre de Phinizy Spalding y un viejo llamado Meadows, que vino desde Louvail, Ga., enviado por el Señor, estoy segura, para ser el azote de las literatas. Este viejo era un poeta y traía sus poemas en una bolsa de papel de tienda de todo por diez centavos; asistió a todas las sesiones que pudo y cada vez que le fue posible evitó que las mujeres tomaran la palabra. Luego de dar mi charla, leímos el mejor (el menos espantoso) de los siete cuentos. Esta tarea recayó sobre el señor Phinizy Spalding, pues la intención era que no se conociera al autor. Entonces, cuando estuvo leído el cuento, las muchachas lo discutieron. Sus comentarios fueron de esta naturaleza: “¡Ay, a mí me parecía que ese hombre era horrible!”, “¡A mí me encantó el hombre!”, “A mí me pareció que ELLA tenía razón”, etc. etc. etc. Y así durante media hora siguió la discusión; el señor Meadows sentado en silencio pero con los ojos que se le iban encendiendo. La señora P., que estaba enterada de lo mucho que le gustaba a Meadows hacerse con la palabra, siguió ignorándolo hasta último momento. Entonces lo dejó hablar. Debió haberlo dejado hablar antes. El señor Meadows dijo que él creía que el problema debía ser examinado atendiendo al sentido histórico, y entonces se embarcó en una larga recapitulación sobre lo que Jesús le había dicho a la mujer sorprendida en adulterio[7]. No había nada relacionado con el adulterio en el cuento, pero Meadows estaba de lo más entretenido. Cuando hubo terminado con eso, dijo que él había discutido este pasaje de la Biblia con una distinguida y refinada señora de Georgia —y al decirlo paseó una mirada significativa por todo el auditorio—; y esa dama habría dicho “¿Qué intención tuvo Él según usted?”, “Creo que lo que Él quiso decir es que algunos serían salvados antes que usted y yo”, respondió él. “¡Usted sabe que no!”, habría dicho ella. “Estoy persuadido de que sí”, dijo él. Entonces creí entender a dónde iba: el señor Meadows tenía la esperanza de que todas ellas estuvieran condenadas, las literatas. Sus ojos brillaban con una secreta sabiduría. La mujeres farfullaban por lo bajo que se sentara, pero él se mantuvo firme hasta que sonó la campana. El señor Meadows hizo que mi viaje valiera la pena. [En inglés.]
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To Thomas Stritch
If I said the old souls wrote epics in Negro dialect, I was bad wrong. They don’t know the South exists anymore. They are all writing television plays in television language and they are all nuts; and so was I after three hours.
My travels have this summer taken me as far as Athens, Georgia, where I spoke at a session of something called The Southern Writers’ Conference. However I was one of the lesser features. The big attractions were The New York Agent Who Sold Gone with the Wind to the Movies, and two giant-sized poetesses from South Georgia who conducted a panel on "The Religious Market.” One old sister said she wrote true-confession stories with one hand and Sunday-schools stories with the other-which sounds right to me as I always suspected the same mind produced them both. There was one bright spot in all this: an old man (the only man) from Louvail, Ga., who attended every session and broke up every one that he attended He quoted extensively from Dickens and the Bible and held the floor with a terrible tenacity. He hated the old ladies and they hated him. I can see that those sixty nuns would be wonderful. [Volver arriba.]
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To Cecil Dawkins
No hurry about the Critique. I've never seen another copy of that thing. I suppose it folded; if it didn't I hope it will before it gets around to me. It is awful disconcerting to read critical articles about what you've done-you find yourself writing like those people think you write. I listen to a few people I trust but not many.
Last week I went to give a talk on the short story at a Jamboree [of aspiring regional writers]. They are mostly all over sixty, bloodthirsty to sell, they will take any amount of encouragement, and their works are heavily inspirational. At first I had thought: these will be the usual old ladies writing epics in negro dialect, old South stuff, etc. etc. Then they sent me 7 manuscripts and I was to select the best to read in this workshop. Well they were all television stories written in television language for the television world. The old souls don't know the South exists. I was right shocked. Terrible stories of course. I selected the least awful and someone read it and then they descended on it like buzzards. There was one old man there, a wool-hat boy (the only man present besides an official), and he made some long remarks about what Jesus had said to the woman taken in adultery. This was apropos of nothing but it somehow fitted into the general picture. There was also someone there who had come "to urge writers not to use degrading language." The big attraction was The Agent Who Sold Gone with the Wind to the Movies. She referred to me throughout as "You" — either couldn't pronounce my name or didn't think it was worth it. Altogether the Ringling Brothers couldn't have couldn't have equaled it.
That farm sounds like a big undertaking. I watch what goes on on this one largely through the crack in the door. My contribution amounts to picking up a few eggs. I have had some bone trouble and for the last two years have been walking on crutches; I expect to be on them for two or three years more or longer — but when you can't be too active physically, there is nothing left to do but write so I may have blessing in disguise. Anyway there is always something going on on a farm to watch... I've never read Hermann Hesse. I'm sadly lacking on Germans. [Volver arriba.]
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To "A"
[...] The jamboree in Athens was a real farce. Penwomen! Nothing but penwomen and believe me they are a tribe apart; they are mostly over sixty, blood-thirsty to sell, they will take any amount of encouragement and their works are heavily inspirational. There were forty or fifty [women] in the room and three men, the man who was running the thing, Frazier Moore (he had to be there), a youth with the name of Mr. Phinizy Spalding and an old man named Mr. Meadows who came from Louvail, Ga., sent I am sure by the Lord to be a plague to the penwomen. This old boy was a poet and he had his poems in a paper bag from the ten-cent store; he attended every session he could and tried wherever possible to get the floor away from the ladies. After I had made my talk, we had read the best (the least awful) of the seven stories. This job fell to Mr. Phinizy Spalding as the author was not supposed to be known. Then when it was read, the girls discussed it. Their comments were of this kind: "I just thought that man was awful!" "I just love him!" "I thought SHE was just right" etc etc etc. This discussion went on for half an hour, Mr. Meadows sitting quietly but his eyes getting glittery. Mrs. P. who had heard how he liked to get the floor continued to ignore him until the last minute. Then she let him talk. She should have let him talk sooner. He said he thought the problem should be looked at historically, and then he launched into a long account of what Jesus had said to the woman taken in adultery. There was nothing about adultery in the story but he seemed to be having a good time. After he had told that, he said he had discussed this passage from the Bible with a genteel and reefined Georgia lady, cutting his eyes around at the audience, and [she] said, "What do you think He meant by that?" "I think He meant some of them folks might be saved before you and me", said [he]. "You know he didn't!", she said. "I reckon I know He did,", [he] said. Then I kind of saw the point: he hoped they might all be dammed [sic], all penwomen. His eyes were glittering with a secret wisdom. The women were growling under their breaths for him to sit down, but he held on until the bell rang. He was worth my trip. [Volver arriba.]
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Notas:
*Muchas de fotos fueron tomadas de Shorpy.com. Click sobre las fotos para verlas completas.
Hasta aquí hemos publicado una traducción íntegra del texto original, dividida en 6 partes. Hemos visto que la Conferencia era un poco un taller literario: sin esperarlo, O'Connor había recibido para leer varios cuentos de los participantes, y parte de sus comentarios están inspirados —o, mejor dicho, encuentran la excusa para ser enunciados— en esos cuentos particulares. Según dice O'Connor a su auditorio, la lectura de esos cuentos la puso un poco de los nervios. Leyendo las cartas, uno entiende que el sentimiento que hay detrás de esa frase es el de aquél que vive para ver la decadencia de algo muy querido. En el caso de O'Connor, se trata del Sur.
Para conocer el lado menos público del asunto, en este último post figuran algunas cartas en donde O'Connor explica cómo fue eso de la Southern Writers' Conference, con viejas que escribían literatura escabrosa con una mano y libros devotos con la otra, y un fanático religioso que citaba a Dickens y odiaba a todas las literatas.
Las tres cartas refieren la misma situación a tres corresponsales diferentes: Thomas Stritch, profesor en la Universidad de Notre Dame, en Indiana; Cecil Dawkins, escritora; y "A", primera letra del abecedario. Thomas Stritch murió en el 2004, a los 91 años; Cecil Dawkins aún vive —nació en el estado de Alabama en 1927. De "A" no he averiguado nada.
Cada carta describe cosas diferentes. La tercera, que es la más reservada en cuanto a la identidad del corresponsal, es la más explicativa de todas. El efecto de las tres cartas es similar, aunque más sutil, que el de esos cuentos que consisten en las narraciones separadas que, de un mismo hecho, hacen varios testigos.
En general las cartas me resultaron más difíciles de traducir que el Ensayo. De muchas expresiones no estoy seguro. En algunos casos he sospechado que se trata, no de misteriosas formas dialectales empleadas por la gente Georgia, sino de alusiones a cosas o hechos no mencionados abiertamente y que no tienen nada que ver con el asunto principal. Esa es, por ejemplo, la interpretación que le doy a las "sixty nuns" de la primera carta. Entre aciertos y errores, no dejo de felicitarme por haber presentido que el viejo de Louvail, el odiador de literatas que era también un "wool hat boy", no gastaba necesariamente pasamontañas ni gorra de lana, sino que "wool hat boy" denomina a una clase social de los estados del Sur.
Testigos mudos y aterrorizados, los originales en inglés de las cartas se incluyen en su debido lugar. Desconfiad de todo, absolutamente.
Writing Short Stories (cartas)
1) Para Thomas Stritch
1 de Agosto del 57
Si hubiera dicho que la vieja gente iba a escribir épica en dialecto negro, hubiera estado del todo equivocada. Ya no saben que el Sur existe. Están todos escribiendo historias para la televisión escritas en lenguaje televisivo, y están todos completamente locos, y así quedé yo al cabo de tres horas.
Mis peregrinaciones me han llevado este verano hasta Atenas, Georgia, donde hablé en una sesión de algo llamado La Conferencia de Escritores del Sur. Con todo, era yo una de las presencias menores. Las principales atracciones eran La Agente De Nueva York Que Vendió Para El Cine Lo que el Viento se Llevó[1] y dos enormes poetizas de Georgia del Sur, que se encargaron de un panel sobre “The Religious Market”. Una vieja señora dijo que ella escribía cuentos escabrosos con una mano y de escuela dominical con la otra, lo que me sonó cierto puesto que siempre sospeché que la misma mente producía ambos. Y dentro de todo esto, algo que brillaba: un viejo —el único hombre—, de Louvail, Ga., que asistió a todas las sesiones y trastornó cada una de las sesiones a las que asistió. Citaba largamente de Dickens y la Biblia y se apoderaba de la palabra con terrible tenacidad. Odiaba a las viejas señoras y éstas lo odiaban a él. Puedo presentir que aquellas sesenta monjas serán maravillosas. [En inglés.]
2) Para Cecil Dawkins
4 de agosto del 57
No hay ninguna urgencia con el Critique. Nunca he vuelto a ver otra copia de esa cosa. Supongo que quebró; y si no, espero que lo haga antes de que llegue de nuevo hasta mí. Causa horrible desconcierto leer artículos de crítica acerca de lo que uno ha hecho — uno luego termina escribiendo como esa gente piensa que uno escribe. Sólo escucho a unos pocos en los que confío pero no muchos.
La semana pasada di una charla sobre el cuento en un Jamboree[2] de escritores aspirantes de la región. La mayoría ya tiene más de sesenta, con un ansia feroz por mostrarse, recibirán cualquier aliento que uno les dé, y sus trabajos son una fuente de inspiración. Al principio yo había pensado: estas serán las habituales señoras que escriben épica en dialecto negro[3], cosas del viejo Sur, etc. etc. Entonces me enviaron 7 manuscritos y yo tuve que elegir el mejor para leer en este taller. Bien, eran todas historias de televisión escritas en lenguaje televisivo para el mundo de la televisión. Los viejos ya no saben que el Sur existe. Quedé horrorizada. Muy malos los cuentos, por supuesto. Elegí el menos espantoso y alguien lo leyó y se lanzaron sobre él como buitres. Había un hombre ahí, un wool hat boy[4] (el único hombre presente además del que oficiaba), quien hizo unos largos comentarios acerca de lo que Jesús había dicho a la mujer sorprendida en adulterio. Eso no venía a cuento de nada, pero de alguna manera encajaba dentro del esquema general. Había también alguien que había venido para “urgir a los escritores a que no usaran lenguaje degradante”. La gran atracción fue La Agente Que Vendió Para El Cine Lo que el Viento se Llevó. Siempre que se dirigió a mí lo hizo de “Tú” — ya fuera porque no podía pronunciar mi nombre o porque pensaba que no valía la pena pronunciarlo. Todos los Ringling Brothers[5] juntos no habrían podido igualarnos.
Aquella granja suena como un proyecto considerable. Yo miro lo que pasa en ésta más que nada a través de la rendija de la puerta. Mi aporte se limita a juntar unos pocos huevos. Tengo algunos problemas en los huesos y estos últimos dos años he estado caminando con muletas; y supongo que deberé usarlas otros dos o tres años o más — pero cuando uno no puede ser muy activo físicamente, no hay otra cosa que hacer más que escribir, así que no hay mal que por bien no venga. En fin, siempre hay algo pasando para ver en la granja... Nunca leí a Hermann Hesse. Tengo una lamentable deuda con los alemanes. [En inglés.]
3) Para "A"
9 de Agosto del 57
[…] El jamboree en Atenas fue un verdadero circo. ¡Literatas! Y nada más que literatas, y créeme que son una tribu aparte[6]. […] Había cuarenta o cincuenta en la sala, y tres hombres: el hombre que oficiaba el asunto –Frazier Moore (que debía estar presente)–, un joven con el nombre de Phinizy Spalding y un viejo llamado Meadows, que vino desde Louvail, Ga., enviado por el Señor, estoy segura, para ser el azote de las literatas. Este viejo era un poeta y traía sus poemas en una bolsa de papel de tienda de todo por diez centavos; asistió a todas las sesiones que pudo y cada vez que le fue posible evitó que las mujeres tomaran la palabra. Luego de dar mi charla, leímos el mejor (el menos espantoso) de los siete cuentos. Esta tarea recayó sobre el señor Phinizy Spalding, pues la intención era que no se conociera al autor. Entonces, cuando estuvo leído el cuento, las muchachas lo discutieron. Sus comentarios fueron de esta naturaleza: “¡Ay, a mí me parecía que ese hombre era horrible!”, “¡A mí me encantó el hombre!”, “A mí me pareció que ELLA tenía razón”, etc. etc. etc. Y así durante media hora siguió la discusión; el señor Meadows sentado en silencio pero con los ojos que se le iban encendiendo. La señora P., que estaba enterada de lo mucho que le gustaba a Meadows hacerse con la palabra, siguió ignorándolo hasta último momento. Entonces lo dejó hablar. Debió haberlo dejado hablar antes. El señor Meadows dijo que él creía que el problema debía ser examinado atendiendo al sentido histórico, y entonces se embarcó en una larga recapitulación sobre lo que Jesús le había dicho a la mujer sorprendida en adulterio[7]. No había nada relacionado con el adulterio en el cuento, pero Meadows estaba de lo más entretenido. Cuando hubo terminado con eso, dijo que él había discutido este pasaje de la Biblia con una distinguida y refinada señora de Georgia —y al decirlo paseó una mirada significativa por todo el auditorio—; y esa dama habría dicho “¿Qué intención tuvo Él según usted?”, “Creo que lo que Él quiso decir es que algunos serían salvados antes que usted y yo”, respondió él. “¡Usted sabe que no!”, habría dicho ella. “Estoy persuadido de que sí”, dijo él. Entonces creí entender a dónde iba: el señor Meadows tenía la esperanza de que todas ellas estuvieran condenadas, las literatas. Sus ojos brillaban con una secreta sabiduría. La mujeres farfullaban por lo bajo que se sentara, pero él se mantuvo firme hasta que sonó la campana. El señor Meadows hizo que mi viaje valiera la pena. [En inglés.]
To Thomas Stritch
1 August 57
If I said the old souls wrote epics in Negro dialect, I was bad wrong. They don’t know the South exists anymore. They are all writing television plays in television language and they are all nuts; and so was I after three hours.
My travels have this summer taken me as far as Athens, Georgia, where I spoke at a session of something called The Southern Writers’ Conference. However I was one of the lesser features. The big attractions were The New York Agent Who Sold Gone with the Wind to the Movies, and two giant-sized poetesses from South Georgia who conducted a panel on "The Religious Market.” One old sister said she wrote true-confession stories with one hand and Sunday-schools stories with the other-which sounds right to me as I always suspected the same mind produced them both. There was one bright spot in all this: an old man (the only man) from Louvail, Ga., who attended every session and broke up every one that he attended He quoted extensively from Dickens and the Bible and held the floor with a terrible tenacity. He hated the old ladies and they hated him. I can see that those sixty nuns would be wonderful. [Volver arriba.]
To Cecil Dawkins
4 August 57
No hurry about the Critique. I've never seen another copy of that thing. I suppose it folded; if it didn't I hope it will before it gets around to me. It is awful disconcerting to read critical articles about what you've done-you find yourself writing like those people think you write. I listen to a few people I trust but not many.
Last week I went to give a talk on the short story at a Jamboree [of aspiring regional writers]. They are mostly all over sixty, bloodthirsty to sell, they will take any amount of encouragement, and their works are heavily inspirational. At first I had thought: these will be the usual old ladies writing epics in negro dialect, old South stuff, etc. etc. Then they sent me 7 manuscripts and I was to select the best to read in this workshop. Well they were all television stories written in television language for the television world. The old souls don't know the South exists. I was right shocked. Terrible stories of course. I selected the least awful and someone read it and then they descended on it like buzzards. There was one old man there, a wool-hat boy (the only man present besides an official), and he made some long remarks about what Jesus had said to the woman taken in adultery. This was apropos of nothing but it somehow fitted into the general picture. There was also someone there who had come "to urge writers not to use degrading language." The big attraction was The Agent Who Sold Gone with the Wind to the Movies. She referred to me throughout as "You" — either couldn't pronounce my name or didn't think it was worth it. Altogether the Ringling Brothers couldn't have couldn't have equaled it.
That farm sounds like a big undertaking. I watch what goes on on this one largely through the crack in the door. My contribution amounts to picking up a few eggs. I have had some bone trouble and for the last two years have been walking on crutches; I expect to be on them for two or three years more or longer — but when you can't be too active physically, there is nothing left to do but write so I may have blessing in disguise. Anyway there is always something going on on a farm to watch... I've never read Hermann Hesse. I'm sadly lacking on Germans. [Volver arriba.]
To "A"
9 August 57
[...] The jamboree in Athens was a real farce. Penwomen! Nothing but penwomen and believe me they are a tribe apart; they are mostly over sixty, blood-thirsty to sell, they will take any amount of encouragement and their works are heavily inspirational. There were forty or fifty [women] in the room and three men, the man who was running the thing, Frazier Moore (he had to be there), a youth with the name of Mr. Phinizy Spalding and an old man named Mr. Meadows who came from Louvail, Ga., sent I am sure by the Lord to be a plague to the penwomen. This old boy was a poet and he had his poems in a paper bag from the ten-cent store; he attended every session he could and tried wherever possible to get the floor away from the ladies. After I had made my talk, we had read the best (the least awful) of the seven stories. This job fell to Mr. Phinizy Spalding as the author was not supposed to be known. Then when it was read, the girls discussed it. Their comments were of this kind: "I just thought that man was awful!" "I just love him!" "I thought SHE was just right" etc etc etc. This discussion went on for half an hour, Mr. Meadows sitting quietly but his eyes getting glittery. Mrs. P. who had heard how he liked to get the floor continued to ignore him until the last minute. Then she let him talk. She should have let him talk sooner. He said he thought the problem should be looked at historically, and then he launched into a long account of what Jesus had said to the woman taken in adultery. There was nothing about adultery in the story but he seemed to be having a good time. After he had told that, he said he had discussed this passage from the Bible with a genteel and reefined Georgia lady, cutting his eyes around at the audience, and [she] said, "What do you think He meant by that?" "I think He meant some of them folks might be saved before you and me", said [he]. "You know he didn't!", she said. "I reckon I know He did,", [he] said. Then I kind of saw the point: he hoped they might all be dammed [sic], all penwomen. His eyes were glittering with a secret wisdom. The women were growling under their breaths for him to sit down, but he held on until the bell rang. He was worth my trip. [Volver arriba.]
Notas:
[1] Annie Laurie Williams. [Volver arriba.] [2] Jamboree: reunión muy concurrida de gente que anda en lo mismo. El uso más común del término es para referirse a los Scouts. [Volver arriba.] [3] «Keeps a syphon wid de figgurs on de slate — de queerest figgurs I ebber did see. Ise gittin' to be skeered, I tell you. Hab for to keep mighty tight eye 'pon him 'noovers. Todder day he gib me slip 'fore de sun up and was gone de whole ob de blessed day». Un tramo de la conversación del negro Júpiter en el cuento El Escarabajo de Oro, de Edgar Allan Poe. [Volver arriba.] [4] No se trata de un anómalo viejo-niño con pasamontañas. Los términos wool hat boy, hillbilly (que ya encontramos antes en relación a la adaptación televisiva de «The life you save...») y redneck denotan tipos específicos de los Estados Unidos, de los cuales probablemente sean los rednecks los más reconocibles para el público no estadounidense. Se trata en los tres casos de blancos pobres. Los wool hat boys eran propios del estado de Georgia y se identificaban por un gorro de fieltro —wool hat—. Frecuentemente se encontraban en oposición económica y política con las clases gobernantes de Atlanta (capital del estado de Georgia), los llamados silk hats o gorros de seda. En 1892, los wool hats ayudaron a fundar en Georgia una brazo regional del Partido Populista. Eran granjeros acostumbrados al trabajo duro, cada vez más sofocados económicamente por fuerzas que estaban fuera de su control: pobreza de los suelos, precios bajos para las cosechas y medios de crédito que los reducían a una virtual esclavitud. Vivían según la Biblia y para ellos la gorra de fieltro era un signo de honradez, frugalidad y diligencia. [Volver arriba.] [5] Los Ringling Brothers: un grupo de siete hermanos —Alfred, Albert, Augustus, Charles, Otto, John y Henry— que transformaron una pequeña compañia familiar en uno de los circos más grandes del siglo pasado. [Volver arriba.]
[6] En el prólogo a los Cuentos Completos de Edgar Allan Poe, Cortázar menciona ciertos círculos literatios del Nueva York de mediados del siglo XIX. Supongo que la extrapolación será tal vez un poco exagerada. Dice Cortázar: «A lo largo de 1846 [Poe] va a circular activamente entre los literati, como se llamaba a las marisabidillas y escritores más conocidos de Nueva York. Aquel mundo era harto mezquino y mediocre, con honrosas excepciones. Las damas se reunían a leer poemas, propios y ajenos, e intrigaban entre sonrisas y cumplidos, procurando críticas favorables de los colaboradores de las revistas literarias». No se trasluce, en las cartas de O'Connor, que sus penwomen alcanzasen tales extremos de villanía.[Volver arriba.]
[7] Lo que le dijo Jesús a la mujer adúltera. Juan 8, 1-11: Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acuasarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más». [Volver arriba.]
*Muchas de fotos fueron tomadas de Shorpy.com. Click sobre las fotos para verlas completas.